Una buena película de espías necesita dos cosas: un espía atractivo y buenas armas. Operación Red Sparrow tiene la primera, una muy guapa Jennifer Lawrence, y la segunda la completa con el arma más potente en Hollywood: la sexualidad, creando una mezcla ultra explosiva de violencia y más violencia.

El tío de Dominika, un militar (Matthias Schoenaerts), la incluye en una operación que la obliga a seguir una senda oscura de espionaje y el abandono absoluto de la mentalidad convencional y moralista a la que estamos acostumbrados. Es decir, la convierte en un arma sexual, dispuesta a arriesgarlo todo por conseguir un objetivo.
Las mentiras llegan a tal punto que uno como espectador no está seguro de quién trabaja para quién y qué es una mentira y qué no. De a ratos pareciera que ni la misma Dominika está segura de ello. La película lo mantiene a uno pensando y sufriendo (sufriendo mucho) con todo el proceso de descomposición espiritual que sufre Egorova a medida que avanza la trama.