La llamada revolución de los pingüinos fue el movimiento estudiantil que sacudió las cosas en Chile ahí por el 2006, y pese a que no me considero un nostálgico por haber estado alejado de ese proceso, La Isla de los Pingüinos consigue hablarme a mí y a muchos más gracias a lo transgeneracional de las temáticas que trata. Podría haber sido un pseudo documental correcto, o una historia con una pretensión más política que de personajes. Pero lo que deja es bastante más ameno al espectador común, definiéndose como una película de tinte adolescente que equilibra de buena manera su ritmo joven con valores que invitan a la reflexión.
Martín Riquelme refleja al típico estudiante ajeno al participar, y se convierte inmediatamente en el protagonista cuando su colegio se va a toma, tratándose además del primer establecimiento particular-subvencionado en adoptar esta medida. Junto a él encontramos a Laura, la presidenta del centro de alumnos y una antigua amiga de Martín. Está Paredes, el vicepresidente que tiene pinta de antagonista, y otro puñado de estudiantes aportan distintos matices a la trama. El nivel dramático se da más por las rencillas propias de un adolescente que de un factor externo. Aunque se nos advierte de un peligro allí afuera que amenaza no sólo la adopción de sus propuestas, sino que su misma integridad física, lo que termina siendo relevante es el grupo de jóvenes inexpertos, soñadores y con una identidad en progreso que se unen por un fin mayor.