¿Les ha pasado que hay libros que son capaces de tocarles el corazón y robarse un pedacito de este para siempre? Con el libro de la reseña de hoy me pasó justamente eso y sobre todo porque es una biografía, lo que quiere decir que cada una de las líneas te narra una historia real. Me demoré en leer este libro, me tomé su tiempo, lo absorbí lentamente, porque se lo merece, es definitivamente una obra extraordinaria. Me refiero a Los niños de Irena escrito Tilar J. Mazzeo, historiadora cultural y biógrafa quien se encarga en esta oportunidad de entregarnos una completa biografía de Irena Sendler, una mujer que salvó a 2500 niños del gueto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial ganándose el apodo de “El ángel del gueto de Varsovia”. El libro ya se encuentra hace unas semanas en sus librerías favoritas y créanme que es una obra que no se pueden perder.
Déjenme contarles un poco más… El libro nos narra la historia de esta mujer que físicamente quizás parecía frágil al ser pequeña, pero con una valentía que pocos tienen. Irena vivió una infancia feliz y de seguro nunca se imaginó lo que le depararía la vida. En 1942 durante la ocupación nazi y cuando ejercía de trabajadora social se le concedió acceso al gueto de Varsovia como especialista en salud pública, ahí fue cuando comenzó la organización de una red para salvar a miles de niños judíos del gueto en el que la comunidad judía había sido retenida con el único fin de terminar siendo exterminados en un campo de concentración. Comenzó a sacar a los niños a escondidas del distrito amurallado, logrando convencer a sus amigos y vecinos de ocultarlos en sus casas. Impulsada a tomar medidas extremas y con la ayuda de una red de comerciantes locales, residentes del gueto y su amante, perteneciente a la resistencia judía, ella logró salvar a miles de niños de los nazis. Irena hizo peligrosos viajes a través de las alcantarillas de la ciudad, ocultó a los niños en ataúdes, los colocó bajo abrigos en los puestos de control y los condujo a través de pasadizos secretos en edificios abandonados. Y luego mantuvo listas secretas enterradas en botellas debajo de un viejo manzano en el jardín de la casa de una amiga. En las listas estaban los nombres y las verdaderas identidades de los niños judíos, escritos cuidadosamente con la esperanza de que sus familiares pudieran encontrarlos después de la guerra. Aunque no pudo prever que más del noventa por ciento de estas familias moriría.