Se murió Ricardo y con él se fueron un montón de conversaciones inconclusas, de preguntas, de lugares vacíos que Marco no llena. Un accidente vascular gatilla los recuerdos: en los hijos descansa la esencia de los padres. Padres que son huesos. Padres que acurrucan desde la tumba. Padres que irrumpen como un desastre natural.
Pablo Simonetti es, quizás, uno de los mejores escritores chilenos vivos. Como Marco, el personaje principal de su última novela (Desastres naturales), es ingeniero civil. El ganador del concurso nacional de cuentos Paula con Santa Lucía (1997) y autor de una de las tres novelas más vendidas de los últimos quince años, Madre que estás en los cielos, produce ahora una obra de arte: Desastres naturales.
Es una pieza de arte sí, pero no de aquellas que se exhiben en la repisa de los libros. No. Es una pieza para disfrutar en la calle con el viento golpeando la cara a riesgo de ser mirado con extrañeza por sonreír, por llorar, por impresionarse. Desastres naturales emociona como escuchar la historia no dicha de un amigo querido que por fin logra ser sincero.
Emociona por lo humano. Humano en la complejidad de la palabra: porque Marco es contradictorio, injusto y sensible. No es perfecto, no hizo todo bien. A veces lo sabe, a veces no. Marco es muy real. Tan real como Ricardo, su padre y como Susana, su madre: equívocos, pero coherentes; tangible como sus hermanos que son predecibles en algunos momentos y un enigma en otros.