Antes de leer este libro, había disfrutado de thrillers y suspenso en obras como El día que se perdió la cordura y La mujer en la ventana. Habían sido historias que, al avanzar, el camino se hacía más estrecho y la velocidad aumentaba. El ritmo usual de lectura hasta que me topé con la literatura de Joël Dicker.
En la contraportada se lee sobre un caso de 1994 que quedó -supuestamente- resuelto por más de veinte años. En esos tiempos dos jóvenes y brillantes policías de Nueva York se habían encargado, no sin dificultad, de encontrar al culpable. Pero un 23 de junio de 2014, una periodista entra a la estación de policía a hablar con Jesse Rosenberg -uno de los uniformados- para asegurarle que la prueba estaba frente a sus ojos; el caso ocurrido hace dos décadas sigue abierto. Días después, Stephanie Mailer desaparece.
La forma en que escribe Dicker transporta al lector en un ir y venir; entre el pasado y el presente sucesivamente. Con apartados de varios personajes hablando en primera persona, es una historia que permite observar desde varias perspectivas. El caso es complejo, lo que parece comenzar con una periodista esfumada es solo la punta del iceberg.
Pocas veces me había topado con una narrativa capaz de crear un entramado de sospechas, secretos, sentimientos y muertes tan complejos. Es como si fuese una telaraña que se extiende al paso que vamos leyendo. Es un texto que guía por muchos caminos al lector, un apartado puede comenzar con algo sumamente trivial y luego terminar con un golpe.
Pensé -luego de terminar de leer- que sería una estupenda adaptación a serie de televisión. Las tramas que posee, que van escalando la una a la otra consiguen provocar esa sensación de estar terminando de ver un capítulo para seguir con el siguiente. Los giros son espectaculares, evocan un sentimiento de pérdida y frustración continuos.
Son 600 páginas de un colosal thriller. No pueden perdérselo.
Por Constanza Lobos
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