Osamu (Lily Franky) y su hijo pequeño Shota (Jyo Kairi) cargan con el peso de ser los puntos más fundamentales en una historia con muchas capas; habituales ladrones en supermercados y con una relación de padre e hijo que parece tener trabas profundas, las que se hacen evidentes con la llegada de la pequeña Yuri a cumplir el rol de hermana menor. El resto de la familia la conforman su esposa Nobuyo, la joven Aki y la abuela. Todos son importantes, y todos tienen cosas que esconder, por lo que cada paso que dan se vuelve enorme al comprender hacia dónde va la trama. La película busca que empaticemos con estos personajes desde la cotidianidad, y gracias a lo auténtico que resultan las actuaciones, su guion o los apartados artísticos permite que eso se de con extrema simpleza. Un desorden sucio como un sinónimo de familia, o un entorno limpio como un recipiente de soledad se hacen parte importante de estas realidades tan variadas que te puede presentar la ciudad de Tokio. Eso se complementa con que la película tiene una mirada infantil de lo precario que enamora. Detrás de un tono agradable y poco álgido del mundo de un niño se esconde una madurez que impacta, y es un contraste que funciona de maravilla. Shota tiene un viaje más gigante de lo que uno espera en un principio, y aquí la reflexión final que te deja la película es realmente tremenda, no creo que pueda dejar a alguien indiferente.
En definitiva, con tantas cosas para llevarnos para la casa nos asegura que estamos ante una gran obra japonesa que no se deberían perder, por lo que los invitamos encarecidamente a verla desde esta semana en CineHoyts y en salas alternativas.
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