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3/22/18

[Reseña cine] Dead candi: Escapatorias de una sociedad podrida

Un grupo de jóvenes ABC1 que buscan una escapatoria a su realidad a través de la droga. Mucha droga. Mucho alcohol y droga otra vez. En ese grupo, Lucas (Armin Felmer). Lucas es el mayor de dos hermanos. Su personalidad retraída y sus problemas comunicacionales lo convierten en una bomba de tiempo: Dead candi es el paso a paso de la explosión. Por otra parte, Elías (Nicolás Durán), hermano menor de Lucas, es su completo opuesto: extrovertido e impulsivo, funciona como el gatillo que detona una serie de acontecimientos enfermizos que se encadenan de forma tal que todo se pudre. El trío se completa con Maca (María Olga Matte), polola de Elías que le tiene ganas a Lucas (o que Lucas le tiene ganas) y encargada de transparentar la motivación de todos: escapar de la realidad cuica y plástica en la que se insertan.


El fondo, probablemente, es visibilizar un escenario normalizado de la sociedad: las drogas en el sector alto. Todo es muy tranqui’ y normal hasta que empieza a salir mal. Su volaita’ junto a la fogata; su copete loco en la noche; su bajón en la mañana. Luego, empieza a escalar. Y la planta de consumo personal crece. Y una droga lleva a otra más fuerte. Y de consumidor se vuelve productor. El Dead candi no deja pensar bien. Es el vórtice del desastre. Entonces, caca. Mucha caca.

La carga simbólica es muy grande. La película en sí misma es como debería ser un mal viaje: la fotografía es medio psicodélica y al final duele la cabeza. El diálogo es sumamente escaso (salvo los insultos de Elías) porque Lucas, que es quien lleva la trama, prácticamente no habla. Incluso la película se podría llevar sin voz alguna si no fuera porque la música contribuye a la sensación de estar en otro mundo. No obstante, el diálogo está escogido de modo tal que marque puntos álgidos en la narrativa.


¿Entre verla y no verla? Recomiendo verla. No es un película comercial. Es un trabajo concienzudo e intencionado. Cada luz tiene un sentido dentro de la pantalla. Es extraño encontrar una obra donde las palabras no sean el centro, sino un accesorio más a la estética del trabajo. Y aún más, que la estética en sí misma sea una herramienta de crítica porque te hace sentir mal: la caña moral, el golpe de frente con una realidad normalizada y por normalizada, omitida. Es extraña, interesante y engancha. Repito: no es una película comercial. Es una pieza de arte que debe ser experimentada en su género y con el pensamiento que ningún arte es inocente. Es la interpretación de una escapatoria a una sociedad podrida.


Por Adriana Villamizar

10/25/17

[Reseña cine] Jesús: De lo íntimo a lo estremecedor

Hablar del nuevo cine chileno significa cosas interesantes, y es que lo de los últimos años ha traído algo más que buenas películas, también aparecen estilos que comienzan a hacerse recurrentes, y eso se aplica tanto en el buen como en el mal sentido. En el día de hoy va enteramente hacia lo positivo, con una película que entiende el terreno sobre el que tenía que caminar, pero lo tantea con osadía y buen cine. Jesús le da también el nombre al protagonista, y nos lo presentan como un joven que baila K-pop, un detalle más bien anecdótico pero que ayuda a familiarizarnos con un personaje que encierra bastante. De ahí es fácil sentir que la trama tarda en esclarecerse, se nos da demasiado contexto y todas las escenas se toman su tiempo para desarrollarse, lo que las hace parecer más largas de lo que realmente son. Pero hay tal nivel de trabajo en el hacernos partícipes de una intimidad en crudo que la conmoción se apodera de ti, de manera agresiva y realista.


Porque Jesús es un adolescente perdido que se mueve por lugares muy poco propicios, y aunque queramos presumir sobre la identidad del antagonista en su vida, la película te esclarece que no hay cosas simples, menos aún en la atrocidad de un delito. Hacer funcionar todo eso requiere de varias cosas, y las actuaciones es uno de los puntos altos. Nicolás Durán y Alejandro Goic (Jesús y su padre, respectivamente) están sólidos. Son el alma de la película, donde radica todo el espesor del conflicto, y con ello esa alargada sensación de amargura. El constante uso de los silencios, lo explícito de ciertas situaciones, como relaciones sexuales de diversa índole, o el uso de la violencia tiene una justificación que no agradará a todos, pero son elementos que al final de cuentas terminan siendo necesarios para que el trasfondo funcione.


Lo mismo ocurre con recursos técnicos, donde pese a que la fotografía luce en determinados escenarios, la cámara en mano puede dar la sensación de estar viendo algo de bajo presupuesto y con poca pericia, aunque desde otra mirada aporte bastante a los requerimientos narrativos de Fernando Guzzoni, el director. Sea cual sea el punto de vista, como experiencia dramática es efectiva. La película consigue involucrarte en su atmósfera desafiante, y te lo plantea desde lo contingente y cercano al quehacer nacional. Es una historia que, pese a no salir de lo íntimo que significa la relación con nuestros padres, también refleja bastante lo que somos como sociedad, y cualquier resquemor es poco comparado a ese valor. Jesús se estrena este 26 de octubre en las salas nacionales, no se la pierdan.


Por Andrés Leiva

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